domingo, 30 de enero de 2011

SICILIA: PARAÍSO MEDITERRÁNEO. SABOREANDO PALERMO...

Hace ya cinco años largos, pasé diez días recorriendo Sicilia en un pequeño coche de alquiler. He tenido la posibilidad de volver más tarde, y siempre la he acabado rechazando. Dice Sabina que "al lugar donde has sido feliz no debieras tratar de volver"...Esa máxima la he cumplido hasta ahora con Sicilia, aunque no sé si podré resistirme eternamente, porque todo lo allí descubrí, de su tierra árida  y verde, su gente y su gusto natural, sus aromas, sus volcanes, sus chumberas, el color de sus mares, sus vinos, su alegría a pesar de sus tragedias, su historia, su misterio, los colores de la arena de sus playas, su mermelada, su pasta alla norma, sus palacios, su festival de verano, sus frangipani, su arte, sus pequeñas islas circundantes, etc..., me pide a gritos que vuelva, que vuelva...

Me voy a permitir en esta ocasión incluir alguna fotografía no tomada por mí porque creo que no le harían justicia a esta isla...y aún así, las que os muestro temo que tampoco se la van a hacer.  



Ésta es una isla del Sur de Italia, pobre, que no recibe tanto del Gobierno como otras regiones (durante muchos años han estado, digamos, de espaldas a él), caótica, y por tanto, no un lugar que recomendaría a todo el mundo. Si Lisboa, Porto, Roma, Marsella o Nápoles, no te atraen por decadentes, no vayas a Sicilia. Si por el contrario gustas de edificios y palacios preciosos aunque mal conservados, un tanto salvajes, con los balazos aún de las fachadas tras el bombardeo de 1943, callejuelas llenas de gatos, maceteros en cada acera por estrecha que sea... si gustas del sabor de pueblo con mercados como los de toda la vida, de los balcones abigarrados de plantas misteriosamente verdes a pesar de la aparente falta de cuidado, de lo artesanal, del tomate casero de la pasta tan espectacular que te obliga a decírselo al dueño del restaurante...en fin, si eres una persona apasionada por la pasión,  no lo dudes, Sicilia es  tu isla. 




Palermo, su capital, es la ciudad que me robó el corazón. Era mi punto de partida y de regreso a España, y me alojé en un hotel ultra clásico, y un tanto decadente, a dos pasos del Cruce dei Quattro Canti por el que hube de transitar muchas veces en esos días y que, cada vez que lo hacía, me obligada a detenerme para observar, sí, otra vez, las estatuas que lo custodian...



El duomo o catedral de Palermo, medieval, S. XII, es preciosa, y la catedral de Monreale, a las afueras, tiene unos mosaicos y un claustro que merecen la visita, aunque esté un poco apartada.


Pero además de los lugares que "hay" que visitar en Palermo,  como su Jardín Botánico, o su Museo internacional de Marionetas, la Piazza Marina con sus ficus gigantescos, la fontana Pretoria, el famoso teatro Massimo donde se rodó la escena final de la tercera parte de "El padrino", la iglesia de arquitectura árabe San Giovanni degli Eremiti, la Capella Palatina, etc...cualquier paseo tranquilo por el casco antiguo de la ciudad se convierte en arte...



...y como decía, en caos, debido a las motos pitando continuamente de la noche a la mañana  para advertir absolutamente de todos, todos, sus movimientos. La verdad es que cuesta un poco acostumbrarse, sobre todo si circulas con un coche, porque se cuelan por todas partes...pero fue muy divertido. 

Si además, como yo, realizas tu viaje en verano, disfrutarás de muchísimo ambiente, ya que es cuando se celebra su festival, que dura dos meses, con espectáculos de todos tipo, muchos de ellos, instalados en sus calles y plazas...una delicia.



He de decir, que, como en el resto de Italia, en general en Sicilia se come de maravilla, pero no quiero que se me escape ese pequeño restaurante al que llegamos casualmente y que no olvidaré nunca: el Sant'Andrea y su pasta alla norma, con berenjenas, tomate casero y queso ricotta...huuuummm.

Una vez abandonada Palermo y su caótica circulación, resultó que la cosa del conducir fue a peor, ya que el modo de adelantar en las carreteras de Sicilia, isla bastante montañosa en algunas zonas, y por tanto con escasa visibilidad, es, muy relajado...para los sicilianos. Ellos se tiran al carril contrario sin mirar...y el que viene de frente, reduce y se aparta, sin más. Y lo más curioso, ni un pitido...Al principio la que iba de susto en susto era yo al ver al coche de delante lanzarse en plan kamikaze, pero finalmente, el subidón de adrenalina y lo lento que irías de otro modo, te arrastra a lanzarte a la aventura de "pasemos los tres coches a la vez por estos dos estrechos carriles de carretera de montaña".

Mi ruta me llevó a Agrigento, a tiro de piedra de Túnez, parada obligada para poder ver el "Valle dei templi", con templos griegos realmente bien conservados, y su catedral.


De allí fui hasta un pequeño pueblo del interior, precioso, Módica,  con una catedral, un chocolate con canela y otro con pimienta,  una  mermelada de higo chumbo, el vino Nero d'avola... y uno de los bed&breakfast más bonitos en los que he estado nunca: L'Orangerie.


De esa parada y fonda la ruta me llevó hasta Siracusa, con su espectacular teatro griego en el que aún hoy se realizan obras de teatro, conciertos, etc..., y la preciosa península de Ortigia.


Los últimos dos lugares que visité, no fueron menos especiales, aunque por distintos motivos: Catania, una ciudad muy diferente, ya que, al estar a los pies del volcán Etna, la mayoría de sus edificios incorporan lava en su material de construcción, incluido su teatro romano, lo que le da un aspecto un tanto lúgubre. 


Y Taormina, que es a Sicilia lo que Capri a la costa Amalfitana, un pueblo muy coqueto, super turístico, con unas vistas bellísimas debido a la altura a la que se encuentra, con el Etna al fondo, para ver rápido y marcharse a buscar una de las mil calas y playas de arena, algunas de ellas de ese color tan característico debido a las minas de piedra pómez como las de la isla de Lipari.



Esa fue mi gran asignatura pendiente en aquel viaje, y me quedé con muchísimas ganas de visitar Lipari, la isla volcánica de Strómboli, refugio de la jet set, con un volcán activo de modo que todas las casas están concentradas en una lateral de la isla, en la cual no hay electricidad, y muchas otras pequeñas islas apenas pobladas...pero eso será cuando vuelva...

Yo, por si acaso, me volví a España cargada de risas y recuerdos, entre ellos, una ramita de olivo que aún conservo...


martes, 25 de enero de 2011

CON LOS OJOS CERRADOS. MARRAKECH: EL ENCANTO DE LOS JARDINES MAJORELLE Y MENARA



Estuve en Marrakech a finales de noviembre de 2009, realizando una actividad que yo califico de "robar verano" aunque esta vez, sólo parcialmente. Soy una persona muy friolera, que, en cuanto tengo un viaje por delante, por corto que sea (este fue de cuatro días contando la ida y la vuelta), ya soy feliz; pero si además es a un lugar en el que haga más calor que en la ciudad en la que vivo, entonces ya es que me falta tiempo para hacer la maleta.

Marrakech es un lugar que tenía idealizado y quería visitar desde hacía muchos años. Como uno se puede imaginar, si ya sabéis de mi amor por el desierto, mi trayecto ideal habría pasado por estar un par de días en Ouarzazate, pero, no se puede tener todo, así es que, el viaje se centró en una intensa, calurosa, y muy agradable estancia en Marrakech.

Busqué mucho a través de Trip advisor, del que hago uso en frecuentes ocasiones, ya que no quería alojarme fuera de la medina en un hotel convencional, aunque si eliges "La Mamounia", desde luego el hotel se escapa a ese concepto...Quería vivir dentro de la medina y empaparme de su ambiente, y qué mejor que vivir en un riad, esto es, casa tradicional marroquí con una patio interior dentro de la medina. Tras enviar diversos mails a varios riads que me llamaron la atención (uno que debe ser fantástico y estaba lleno era Riad One) me decidí por el Riad Charkia (www.riadcharkia.com) con el único inconveniente de que me hicieron abonar el 50% del coste del alojamiento por adelantado a una cuenta en el extranjero, lo que tengo que reconocer que fue un asunto engorroso. Aparte de esto, de este riad, regentado por un matrimonio inglés amabilísimo y dispuestos a ayudarte en cualquier cosa, ofrecerte rutas, direcciones, etc; sólo puedo hablar maravillas. Desayunos típicos espectaculares, cada día diferentes, servidos en el patio central, de estilo mixto marroquí - ibicenco, el cual abunda en muchos cafés y garitos de diversa índole de la ciudad (Café Arabe, Kosybar),  una habitación exquisitamente decorada y enoooorme, de hecho era la "Douiria Suite", es decir, la habitación del señor de la casa, y una ubicación estupenda.

No me extenderé sobre lo que hay que visitar en la medina de Marrakech, que se recomienda en todas las guías sobre la ciudad, como la Plaza Djema el Fna, donde hay vida casi 24 horas al día, o la Koutobia (en Marruecos no se puede acceder al interior de las mezquitas, así que hay que resignarse a verlas desde fuera). La medina da, pues,  para montones de paseos, en los que, aunque seas una brújula andante seguro que te perderías, lo que en cierto modo es uno de sus encantos, porque donde quiera que te sientas perdido, siempre encontrarás a alguien dispuesto a ayudarte, y si alzas la cabeza, maravillarte con algún edificio en el que, de otra manera no habrías reparado. Otros lugares preciosos dignos de una visita me parecieron el palacio El -Badi, en la kasba, ruinático, pero estupendo para pasear; Dar El-Bacha, en la medina; y la madraza de Ben Youssef. 


Si te gustan los productos que puedes adquirir en Marrakech, que, desde botes de estaño, hasta babuchas, colgantes de plata, como la famosa jamsa, kilims y el hoy apreciadísimo en cosmética aceite de Argán (único en el mundo y exclusivo de Marruecos), son dignos de tentar al menos comprador del mundo; no tendrás más remedio que regatear. Y creedme que os habla alguien que ha sido incapaz de regatear en Tailandia, Hong Kong, Siria, Jordania, incluso en el propio Marruecos, en ciudades como Tánger, pero es que lo de Marrakech es demasiado. Es tal exceso lo que te piden por cualquier cosa, que llevarte algo por lo que te piden a la primera es como si te lo compraras en una tienda exótica de Madrid o más, y ya, por ahí, no pude pasar. Poco a poco fue creciendo en mí una rebeldía interior que me llevó a ofrecer con cierta soltura cantidades también desorbitadas, por lo bajo, claro, y es que me costó mucho comprender que en Marrakech no existe el criterio del precio fijo, sino de mercancía vendida.



Pero de esos días recuerdo y quiero rememorar dos lugares en especial:


El oasis de buen gusto arquitectónico y botánico que es el Jardin Majorelle (www.jardinmajorelle.com). Está situado fuera de la medina, al borde del Palmeral de Marrakech. Esa mañana me apetecía descansar del tumulto de la medina y me acerqué hasta allí. Un auténtico vergel, eso es lo que encontré, un pequeño y apacible jardín botánico con plantas tan diferentes como cactus, bambú, montones de buganvillas, con tiestos azules, amarillos, verdes, rincones para sentarse a leer, simplemente para contemplar las fuentes, pérgolas, y el agua por todas partes, que acompaña a las plantas y a los pájaros que allí se dan cita, constituyendo un remanso de paz absoluta. Estando allí me enteré de que el pintor que adquirió la finca, Majorelle, creó el azul llamado con su nombre, y de ese color están pintados los edificios principales, que tienen un estilo muy peculiar.  El Jardin alberga el  Musée d'Art Marocain (que no pude visitar por estar cerrado por reformas hasta el verano de 2010). Cuando tuve ganas de marcharme, lo que fue difícil, entré por curiosidad en la boutique. Me lo habría llevado todo, y digo habría porque no compré nada... Había láminas de grabados botánicos antiguas, fotografías de Marrakech en blanco y negro, y un sinfín de cosas preciosas...aunque a precios...fijos, y altos, eso sí...


Dejamos el maravilloso jardín para acudir a un lugar en el que no había casi nadie cuando llegué, y eso, en una ciudad tan turística como Marrakech es mucho decir: Jardin de Menara.

En realidad más que un jardín es un huerto enorme de olivos, con un pabellón de recreo no muy grande en el centro, que se dice que resultaba lugar de encuentros amorosos de los sultanes de la ciudad, y con un inmenso estanque delante, del que el señor que estaba allí me contó que el sultán que lo mandó construir lo hizo para aprender a nadar...



Es un lugar que transmite paz,  tan cerca y tan lejos de la ciudad a la vez, totalmente  de espaldas del bullicio de la medina, que aparece silenciosa en el horizonte.


Creo que las imágenes hablan por sí solas...pero si no es así, sólo hay una forma de comprobarlo...por ti mismo.








jueves, 20 de enero de 2011

SUEÑO Y DESPERTAR ENTRE LAS DUNAS DEL DESIERTO DEL NAMIB.


La palabra desierto me resulta muy sugerente. Normalmente la tengo asociada a uno de los paisajes más bellos que he podido contemplar, aún más en las circunstancias en las que lo hice, y a la idea de todo está por hacer en un terreno casi virgen, inhabitado, salvaje, solitario, en el que inevitablemente tomas conciencia de lo diminuto e insignificante de tu propio ser y de tus pequeñas preocupaciones del día a día. 

Pero en el caso de mi "Sueño y despertar" me refiero a otro concepto; al de esos días en que, tras estar desmadejando pensamientos durante la noche, y cuando despiertas, sin fuerzas, sin ganas, el propio día se te antoja un desierto intransitable, con dunas de obligada escalada...

Pero volviendo al sentido mágico que para mí tiene el desierto, he de confesar que los dos días que pasé en el desierto del Namib en Namibia, ha sido una de las mejores experiencias de mi vida. 

Dice un proverbio namibio que "Dios creó los países con agua para que el hombre pudiese vivir en ellos, y los desiertos para que el hombre pudiera encontrar su alma".

Pues algo así me ocurrió a mí. Fue hace ahora casi tres años, en un momento malo en mi vida, de los que sabes que se van a alargar en el tiempo.
En mi trabajo pude tomarme unos días, y tomé la decisión de irme a Namibia tres semanas antes de partir. Afortunadamente conté con aliados que hicieron posible mi viaje con tan poca antelación: la persona que casualmente conocí a través de una amiga y lo organizó (Ana Cuesta -www.oikupa.com-, una chica española que vive allí, y adapta los viajes completamente a tus necesidades); que excepto que vayas muy al Norte de Namibia no es necesario vacunarse ni tomar protección antimalaria; y que al ser temporada baja en aquel momento, encontré un billete y unos lodges asequibles (era febrero, y allí pleno verano, pues; en el desierto concretamente de 38 a 45º).

Reconozco que simplemente poder marcharte a un lugar de calor  en pleno febrero (yo no he conseguido pasar calor casi nunca en mi vida, en otra anterior debí vivir en el ecuador, y me debió gustar), cuando todo el mundo está en la vorágine del trabajo, y plantarte en el Sur de África, mi continente soñado y anhelado durante tantos años, ya fue una suerte. Pero el desierto del Namib superó todas mis expectativas y sueños.

Para llegar hasta Sossusvlei, el lugar del desierto al que iba, no hay más remedio que ir en una avioneta desde la capital, Windhoek, en una diminuta avioneta para cuatro personas, que parece un mosquito de juguete y que vibra lo inimaginable. Cuando conseguí relajarme advertí lo impresionante del paisaje bajo mis pies, la aridez salvaje, multitud de colores, África en estado puro.


Tras un vuelo de una hora y un aterrizaje digno de recordar, en una pista de piedras, semi looping incluido, me estaba esperando el guía que me acompañaría durante mi estancia en Sossusvlei, Sebastian, al que recuerdo con muchísimo cariño porque fue parte fundamental para que todo resultara tan bien.

La cabaña tenía una pared entera acristalada, de modo que pude ver que  estaba alojada literalmente en medio de la nada, "nowhere in nowhere", tal como alguien me dijo durante ese viaje. 

Antes del amanecer del día siguiente, fuimos hasta la entrada del parque nacional Naukluft, donde me esperaban las dunas rojas del desierto del Namib. LLegamos al amanecer. El espectáculo es increíble. Dunas de un naranja irreal, con una arena finísima y sorprendentemente fría, y con pequeñas huellas de animales, como hechas con un sello de caucho sobre un papel, perfectas, de multitud de animales que hacen su vida durante la noche. 

Camino del corredor larguísimo entre dunas, formado por el agua procedente de las montañas, que permanece seco, encontramos antílopes del desierto, avestruces, los dueños del lugar. 

Pero es cuando llegamos a Deadvlei, una zona del parque, y escalo una duna naranja, cuando soy capaz de apreciar los grandioso del paisaje, el contraste lunar, irreal, del cielo de un azul intensísimo, que parece recién pintado, y debajo el naraja teja de la arena, de ese mar de arena, salpicado de verde de algunos árboles que permanecen en ellas. Abajo, una sábana blanca, salada,  con acacias negras que parecen petrificadas. Jamás podré olvidar esa imagen.

Una vez que subes a una duna, si ésta es alta, la forma más divertida, liberadora e intensa de bajarla es, zapatos fuera, pies descalzos, y correr duna abajo por el lateral. Parece que lleves zancos, con la arena que vas levantando a tu paso. Realmente es un automasaje en los pies que se agradece.

Al bajar nos quedamos en ese estallido de colores, que en cierto modo parece el fin del mundo. Almorzamos allí, debajo de una acacia, ésta con hojas, y sombra, claro, cuyos frutos, que parecen pendientes tribales gigantes, llevan dentro unas semillitas, y allí los utilizan como sonajeros. No puedo evitar llevarme algunos de recuerdo...


De vuelta en el lodge, observo las montañas del horizonte que están a muchos kilómetros, pero que parecen al alcance de mi mano. En tan vasta extensión se pierde la noción del espacio completamente...en sólo un día y medio parecía que mis problemas se habían evaporado.


Al día siguiente, cuando tengo que marcharme, medio llorando, de alegría por haber podido disfrutar de un lugar tan especial, y de pena por dejarlo, no puedo imaginar que me espera una de las visiones más sobrecogedoras de mi vida, sobrevolar el desierto del Namib hacia la costa. No es algo que se pueda describir con palabras, al menos, yo no las encuentro. Desde el aire se puede apreciar perfectamente dónde comienza y termina el desierto, pasando del verde al naranja y luego el azul del océano en el que muere este desierto; y las dunas, que antes me parecían inmensas aparecen ahora como venas áridas de un cuerpo en carne viva.


Definitivamente me enamoré de ese paraje, al que espero poder volver, aunque la idea me da un poco de miedo, porque ¿no existe cierto peligro en regresar a un lugar tan perfecto? ¿no he construído quizá en mi cabeza una imagen tan idílica de esos días que el regreso podría disolverla como un terrón de azucar? 

Si algún día vuelvo, os lo contaré, a no ser que alguien tenga las ganas y el buen gusto de enterrarme en Deadvlei...cuando muera, claro.

Mi viaje por Namibia continuó conduciendo por el desierto durante muuuchos kilómetros sin ver a nadie...pero, otro día lo cuento, ahora ya me he quedado extasiada soñando desde mi acacia de Deadvlei...



P.S. Si queréis ver imágenes del desierto de Namib y los lodges estupendos que tienen: www.wilderness-safaris.com; y sobre todo este libro, no muy fácil de encontrar, que yo compré allí: "NAMIBIA...between the dunes and the ocean" by Olivier Michaud, un ingeniero de minas que estuvo trabajando allí y se enamoró del lugar, realizando una serie de fotografías impresionantes.





                

martes, 11 de enero de 2011

NÁPOLES Y LA COSTA AMALFITANA. DESMITIFICANDO CAPRI...


Uno de los viajes más bonitos por Europa que he hecho ha sido a Nápoles y la costa amalfitana. Es un viaje perfecto para hacerlo por tu cuenta, volando hasta Nápoles, y una vez allí, visitar esa ciudad y toda la zona, a lo largo de la costa (unos 100 km.). Digo lo de visitar la ciudad porque no hubo español que nos encontráramos allí que no nos dijera "Volamos hasta Nápoles pero sólo nos quedamos a dormir, eh?,  y al día siguiente Amalfi, Capri, Pompeya, y vuelta a Nápoles, pero visitarla, para qué?.

Pues porque NÁPOLES es una ciudad bellísima, caótica, y decadente (absténganse obsesionados por las ciudades ordenaditas como París), y por ende, auténtica. Tiene un puerto impresionante, desde el cual se vislumbra en el horizonte el Vesubio, Capri..., con un paseo marítimo (en italiano lungomare, precioso nombre) muy animado, uno de los museos arqueológicos mas bonitos (el edificio en sí es digno de ver) e importantes del mundo (es museo nacional y casi todo lo que se conserva de las casas de Pompeya se encuentra allí), una galería comercial con el techo acristalado parecidísima a la Vittorio Emanuele de Milán, y calles estrechas con la ropa calada de mil colores colgada en los balcones, como las que puedes encontrar en Marsella o en Lisboa. No puedes dejar de ver la cantidad de edificios bonitos,  plazas, iglesias, el Duomo, por supuesto, el mercado, y el Palazzo Reale que , como el resto de la ciudad, tanta influencia española tuvo. De hecho,  este palacio se construyó para una visita de Felipe III que jamás tuvo lugar.
             



De POMPEYA, sólo diré que es imprescindible, y que te deja sin sentido. Te preguntas cómo es posible que en siglo IV antes de Cristo tuvieran bares, teatros, anfiteatros, casas delicadamente decoradas, como la Villa de los Misterios, lupanares perfectamente organizados con sus camas de piedra, panaderías, etc...y siglos después quedáramos en la más absoluta oscuridad...En las fotos que adjunto , y que no hacen justicia al lugar, os muestro algunos ejemplos de la belleza de las casas. Zapato cómodo imprescindible.




SORRENTO y su península, encantador y delicioso, si no te molesta estar viendo el vasto mar, para conformarte con bañarte pegadito a la orilla, y después estar sentado en un trocito de roca minúsculo. Como sabéis esa costa es muy escarpada y no hay prácticamente playas con arena, pero una zona ideal para hacer pequeñas excursiones con el coche hasta llegar a caminos accesibles sólo a pie. Vistas indescriptibles.


Llegamos por fin a CAPRI. He de decir que me encantó. Aún no ha llegado el día que pueda yo afirmar que no me haya gustado una isla del mediterráneo...aunque creo que me encantó justo por lo contrario de lo que a la gente le subyuga de la isla, esto es, las tiendas de lujo y el ambiente ultrapijo que se destila en la miniplacita del pueblo, que da a una calle estrechita con multitud de marcas de lujo, que te hacen pensar que estás en Florencia o en París o en una Ibiza venida a más, mercantilmente hablando. Cierto es que muchas personalidades  y personajes pasaron temporadas allí, como Neruda, o el barón Fersen, pero el pasado, pasado está, por lo que superado ese flash glamouroso, coge una mochila, y ponte a caminar. La ruta hasta llegar al Arco Natural es una maravilla. Unas casas blancas, sencillas, con unos jardines de limoneros, buganvillas, palmeras y pinos, un horizonte que se curva ante ti, los famosos Faraglioni, imponentes, y para los cinéfilos, el privilegio de poder ver, desde no mucha altura, la casa Malaparte (con la forma de la hoz y el martillo), donde se rodó "El desprecio" de Godard. Si te quieres permitir el lujo de dormir allí, tú mismo, yo desistí. De todos modos, está a 15 minutos en ferry desde Sorrento (también puedes llevar el coche, pero es inútil, te saldrías con él de la isla seguro).


AMALFI me conquistó el corazón. Por el hotel en el que me quedé (el pequeño lujo que me di), que fue el Grand Hotel Convento de Amalfi (de la cadena NH), un antiguo convento de capuchinos pegado a una pared de roca escarpadísima, como si de un trampantojo se tratara, y en el como ejemplo de los detalles del hotel, diré que un pastelero sube cada mañana a hacer los dulces del desayuno...(muchos de ellos, como en el resto de la zona, a base de limón), hummm, no hablo más. El pueblo, una maravilla en todos los sentidos, una catedral empotrada en medio de la plaza, en mármol verde y blanco con una gran escalinata, tiendas de artesanía de papel de algodón que se elabora allí mismo, con grabados preciosos, si hoy alguien aún escribe en papel, no os lo podéis perder (yo cargué), Andrea Pansa, la chocolatería de toda la vida, que hace unos caramelos de limón y de chocolate rellenos de limoncello que te puedes morir, y una gente realmente encantadora.



Se podría pensar que está la zona más o menos cubierta, pero no. La joya del viaje me esperaba, como suele ocurrir, al final del camino. Había leído en algún reportaje que era muy bonito, pero no sé por qué, está completamente alejado, si no de las rutas turísticas, sí, al menos, de los viajes organizados. Es un pueblo llamado RAVELLO, muy pequeño, a 300 metros sobre el nivel del mar. Plagado de edificios bellísimos, con azulejos árabes, un duomo pequeño con un museo diminuto pero digno de ver, y dos villas, Rufolo, y Cimbrone, con unos jardines y miradores y unas vistas sobre el mar, que, hacen la visita imprescindible. Pura exquisitez. Tuve la suerte de encontrar allí a una señora encantadora que comenzó indicándome alguna cosa y acabó ejerciendo de guía improvisada y acompañándome  durante un largo paseo en el que me iba contando la historia del lugar. Un cielo de mujer que toda la vida veraneó allí, y recordaba con nostalgia la época en la que Jackie Kennedy pasaba allí sus vacaciones.




En fin, si te gusta el mar, la autenticidad de las ciudades vividas, descubrir rincones bellos a cada paso, calas desiertas, el chocolate,  los dulces al limón, el limoncello, y el bullicio propio de Italia con sabor mediterráneo, es tu lugar.