sábado, 19 de febrero de 2011

LA ISLA DE HVAR. COSTA DÁLMATA. CROACIA

Hvar tiene muchos encantos. Uno de ellos, esencial como concepto, es que es una isla. La idea de isla, de porción de tierra rodeada de agua por todas partes, que nos enseñaron de pequeños, subyace en mi mente asociada a un lugar en el que refugiarse, perderse, pensar y soñar.

Las islas han estado presentes en mi vida desde niña, y aún hoy lo están, desde el nombre del lugar en el que he pasado los veranos de media vida, hasta mi relación con esa isla balear llamada Eivissa que me encantaría abordar aquí...algún día.


Llegué a Hvar una calurosa mañana de agosto, en un ferry no demasiado lleno, tras haber recorrido en coche durante unas horas la carretera que lleva desde Duvrobnik hasta Drvenik; el camino, una delicia, pero afortunadamente salí con tiempo suficiente, porque era una carretera estrechita y llena de curvas, así es que no pude correr mucho.

El ferry nos dejó en el punto más cercano a la costa, Sucuraj, y desde allí hube de atravesar la isla hasta llegar a su ciudad principal que da nombre a la isla, Hvar. 

Ya durante ese trayecto se adivinan calitas desiertas, casas escondidas entre los pinos, se ven barquitos pequeños y no tan pequeños paseando por la multitud de pequeñísimas islas que existen alrededor de Hvar y que me hacen desear de repente, encontrarme a bordo de uno de ellos, por pequeño que sea,  con mis pies rozando el agua, porque sé, que allí donde mi mirada se pierde, existe un paraíso que no podré descubrir...

La plaza de la ciudad es un sueño, con su catedral al fondo del Siglo XVII con su campanario, su arsenal, y su pozo. Desemboca en el puerto, lleno de pequeños barcos de pescadores, y tiendas artesanales alrededor,  de cerámica, galerías de arte, de ropa estilo "ad lib", con un paseo marítimo trufado de hoteles modernos y menos modernos, y restaurantes de todo tipo, unos para turistas, y otros al más propio estilo Ibiza Night, con sandwiches y pastas con pescado riquísimos. 



A medio día la plaza está casi vacía, como ocurre en verano en muchos otros pueblos de muchas otras islas mediterráneas, ya que los turistas modestos están de excursión con los barcos que hacen sus rutas, o resguardándose del sol, o echando la siesta, y los más adinerados, como el diseñador Valentino, al que pude ver esa noche paseando junto a una modelo, pasan el día a bordo de sus yates en alta mar, para volver al puerto cuando cae el sol y salir de cenita , a pasear, vestidos de punta en blanco, a mirar y a ser mirados. 



Ascendiendo por las callejuelas que van a parar a la plaza hay cantidad de edificios bonitos,  palacios,  tiendecitas y restaurantes en cada esquina, más y más pequeñas galerías de arte que no te cansas de mirar.


Al atardecer me acerco a una cala cercana y me doy el baño del verano; las rocas, el mar brillante y luminoso, y los barcos que pasan a muchísima distancia, estoy lejos de su mirada: relax...


Llega la noche. De pronto, con la caída del sol, como si la gente hubiera estado escondida bajo tierra, esperando el momento, hay gente por todas partes, los restaurantes que antes estaban vacíos están a reventar, y el ambiente en el paseo marítimo es espectacular. Música, y montones de puestos hippies con sus bolsas de lavanda, exquisitamente decoradas, estupendo recuerdo para que aún guardo en mis armarios, y que me recuerdan todo el año el olor a verano, a junio, a sol y a mar. También como por arte de magia, aparecen al fondo del paseo todos los grandes yates atracados , que parecen tiburones que fueran a comerse a los pequeños barcos de pescadores que a medio día eran los reyes del puerto, y que, lo sé, cuando pase el verano, cuando yo vuelva al gris de la ciudad...lo seguirán siendo. 





domingo, 13 de febrero de 2011

VENEZIA, VENECIA. LA VERDADERA CIUDAD DE LA LUZ.

Dicen que París es la ciudad de la luz, no estoy de acuerdo, aunque todos sabemos que Francia es experta en comercio exterior, y es lo que han vendido al mundo, la luz de París, la ciudad del amor...

Hay ciudades en Italia que poseen una luz especial, que hacen que la ciudad en sí misma parezca una obra de arte. De las que conozo, para mí, una de ellas es Florencia, y la otra Venecia.

No hablaré aquí de la imponente la plaza de San Marcos, su basílica y su Campanile, del Palacio Ducal, el puente de Rialto o "de los suspiros", la Galería de la Academia, de la preciosa isla de Murano, ni de su arte en cristal... 

Venezia es una ciudad irreal por bella, cuatrocientos puentes que comunican más cien islas hechas sueños...

Está hecha para pasear, para asomarse por las rejas de patios abandonados y encontrar esculturas que te observan, que te esperaban allí desde hace años. 

Está llena de música clásica, como en el Teatro La Fenice, de pequeñas tiendas de productos artesanales: cajas de papel pintado a mano, pantallas de lámparas hechas y también pintadas a mano, sellos de caucho para tus libros...


Está colmada de edificios, palacios bellísimos a cada paso, como el palacio museo Ca' Rezzonico, arte del Siglo XVIII y de maravillosas iglesias que albergan cuadros y esculturas de los grandes artistas italianos, Bellini o El Veronés, algunas de ellas tienen campanarios (campanile) a los que puedes acceder, y que te ofrecen unas vistas que te cortan la respiración, como la Basílica San Giorgio Maggiore; y las Scoulas, donde se realizaban reuniones para la cofradía y el culto, como la de San Rocco, cuyas paredes están recubiertas por cuadros de Tintoretto.


Está "inundada" de restaurantes y cafés románticos, algunos míticos, como el precioso Caffe Florian, y el Bar Harry's del restaurante Cipriani, donde ir a tomarte un "bellini" es, de por sí, toda una experiencia.


Y, por último, no puedo olvidar esa perla de casa museo, la Fundación Peggy Guggenheim, ubicada en una inacabado palacio del siglo XVIII, y que fue vivienda de esta neoyorquina apasionada por el arte moderno, que alberga móviles de Calder, obras de Giacometti, Picasso, Kandisnky y Mondrian, entre otros muchos. Su jardín de esculturas, imprescindible.


Venecia, inolvidable...


Vuestras direcciones para investigar más...

http://www.guggenheim-venice.it 
http://www.museiciviciveneziani.it/frame.asp?musid=7&sezione=musei
http://www.cipriani.com/locations/venice/restaurants/harrys-bar.php



martes, 8 de febrero de 2011

ESTAMBUL: UN PASEO POR EL BÓSFORO

Estambul es una ciudad fascinante, por muchas cosas: por esa mezcla oriente occidente tan peculiar, por su sabor a ciudad cargadísima de historia en cada uno de sus palacios, mezquitas, e iglesias; por su gran bazar, uno de los más bonitos que he visto nunca; su cielo azul claro tan luminoso; su barrio super moderno, con restaurantes italianos y tiendas a la última; y el mejor kebab tradicional al pistacho que te puedas tomar, en el puerto, en el restaurante Hamdi, con unas vistas espectaculares sobre la ciudad; y la Iglesia bizantina, Kariye Camii, a las afueras, que merece la pena: el exterior es un remanso de paz, pero el interior, tiene unos mosaicos y unos frescos preciosos, que no te cansas de observar, con la mirada que te da sobre el dorado la luz que se filtra desde fuera.

Sin embargo, me gustaría destacar una pequeña excursión que decidí hacer aquel día calurosísimo de agosto y que consistió en subirme a un ferry que me llevó a recorrer durante dos horas el Bósforo,  ese estrecho canal de aguas mansas, que te permiten mirar y admirar la vida que acontece en los embarcaderos a nuestro paso, así como los palacios de otra época, intactos, rodeados de unos jardines que se adivinan espectaculares, y me hicieron  desear tener una máquina del tiempo para volver al pasado y contemplar la vida esa ciudad en todo su esplendor, en la época bizantina. Vuelvo a él en mis recuerdos muchas veces.

Al final de aquellos maravillosos cinco días en Estambul, tuve ocasión de pasar dos días en la costa, en un lugar llamdo Bodrum, a escasos kilómetros de las islas griegas más orientales, simplemente encantador.